Una mañana cualquiera me di cuenta que estaba emocional y físicamente exhausta de concentrar mis energías en cosas que deseaba adquirir pero no podía costear. Me sentía atrapada pues, mientras más me enfocaba en mi deseo de tener lo que no podía, más me deprimía. Mi espíritu me susurró que lo que verdaderamente anhelaba no era seguridad financiera sino serenidad financiera.
En ese instante reconocí que lo que ansiaba era paz interior que el mundo exterior no me pudiera quitar. Por primera vez en mi vida dejé de trazarme metas a largo plazo para convertirme en una peregrina. Cuando renuncié a los deseos de seguridad y busqué serenidad me di cuenta que tenía mucho de que estar agradecida, humillada ante mis riquezas y arrepentida de que había tomado a la ligera la abundancia que ya existía en mi vida.
¿Cómo podía desear más cuando no apreciaba lo que ya tenía?
Inmediatamente comencé a hacer un inventario de mis posesiones: salud, un hogar, familia, amigos que nos aman profundamente, una pareja estable, una profesión, comida en la nevera y vino en el bar. Creo firmemente que lo que das al mundo, vuelve a ti con creces, quizás no todo al mismo tiempo o en la forma que lo esperas, pero si das a corazón abierto, así mismo recibirás a cambio. Y cuando completé la lista, reconocí que mi valor neto personal no podía ser determinado por mi cuenta bancaria.
Fuente: El Baúl de mi abuela
Autor: Desconocido
Fuente: El Baúl de mi abuela
Autor: Desconocido

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